Hay
lugares que, en nuestra memoria, quedan eternamente asociados a
ciertas personas. Cuántos gestos, palabras, lugares tengo asociados
a mi madre. Pero nuestro encuentro profundo se producía en la
cocina, alrededor del fuego. Quizás en esa ceremonia de
transmutación, en la que todos nos sentimos un poco magos, surgía
ese necesario clima de complicidad para abrir nuestras almas y
compartir nuestros fuegos.
Desde
pequeña me invitó a meter las manos en la masa y a amasar jugando
esos tallarines caseros y esos ravioles, en los que se percibía su
sangre italiana. Y las salsas que se hacían lentamente, con
paciencia y cariño, en la comprensión de que se debe cocer “a
fuego lento” para que los alimentos se vayan transformando en su
textura y olores, adquiriendo el perfume del orégano, del comino,
del laurel. Y estas especies no venían en envases de supermercado,
una de mis tareas era ir en bicicleta a buscar unas ramitas a casa de
una vecina que las cultivaba en su huerta.
Y
luego mi madre hacía la magia y ¡abracadabra!, esos tomates
turgentes y rojos se mezclaban con los pimientos verdes y con la
cebolla previamente salteada...
Y
todo se unía en la magia del fuego lento, con el aroma de las
especies, y en medio de esa variedad de olores, se iba tejiendo la
complicidad entre nosotras.
Es
necesario ejercitar la paciencia, imprescindible para que se vaya
produciendo el cambio, a fuego lento, y esa paciencia propicia la
charla íntima, el compartir.
Mi
madre me enseñó a sentir placer en el acto de cocinar, a disfrutar
ese tiempo diario que dedicamos a preparar los alimentos que vamos a
compartir en familia, a jugar y crear con mis manos y mi ternura en
esa tarea cotidiana.
Quería
escribir sobre la especial emoción que nos producen ciertos sabores
y olores, considerando la asociación que hace nuestra memoria con
nuestros recuerdos
(http://cukmi.com/el-sabor-de-la-comida-no-esta-en-los-alimentos/), pero como para mí todo este tema está tan asociado al recuerdo de
mi queridísima madre, hoy lo quiero compartir como homenaje a ella y
todas las mamás en su Día.
Y
hablando de emociones provocadas por los sabores y olores, qué mejor
que recordar algunas escenas de esa entrañable película, “Como
agua para chocolate”.