Dejé la cocina y corrí a la computadora antes de que me olvidara de las ideas. Para mí, la cocina es uno de los mejores lugares para reflexionar. Generalmente estoy sola, excepto cuando me acompaña mi hija pequeña que siente la misma atracción que yo por el arte culinario. Este tema da para otra reflexión, ya que entiendo que el mismo está asociado a la infancia, a los aromas a especies y al afecto materno, es el lugar especial que compartimos con nuestra madre.
Bueno, sigo con la idea que tenía de escribir en torno al tema del acoso laboral o moral. Quiero hacerlo para compartir mi experiencia con aquellos que atravesaron o están pasando circunstancias similares. No entraré en los detalles de quién, qué o cómo me provocó el acoso y la consiguiente depresión. Sino en tratar de realizar un balance de la situación y considerar si me arrepiento de haber informado sobre el tema, de no haberme quedado callada, teniendo en cuenta las serias consecuencias que me provocó y que sigo soportando.
Aquí va un guiño para otras compañeras de experiencia que me contactaron inmediatamente al saber de mi problema porque ellas había experimentado algo similar. Me dijeron que los acosados no vuelven a trabajar en la empresa o institución donde se cometió el acoso. Y trataron de apoyarme desde Argentina, se movilizaron ante el INADI (Instituto Nacional contra la Discriminación) inútilmente, porque el INADI pertenece a la estructura gubernamental y, en mi caso, el acoso provenía del Estado.
Como ya dije antes, apenas entré en depresión, comenzaron a tratarme dos expertos profesionales, uno con medicación y el otro trabajando con mi alma. De no haber contado con estos apoyos, me hubiera resultado mucho más difícil salir adelante.
En cuanto al aspecto negativo del balance se violaron muchos derechos humanos fundamentales: el derecho a la salud, el derecho al salario (no me pagan desde hace más de dos años sin ninguna medida administrativa o judicial que sostenga tal decisión), el derecho al trabajo. Tengo tres hijas menores de edad y a nadie le importó dejarme sin ingresos y sin cobertura de salud. Me encontré de frente con la insolidaridad más brutal de todos los que trabajaban conmigo, con honrosas excepciones. Lo justifico en el miedo que domina a la gente, el miedo a quedarse sin trabajo porque los relacionasen conmigo. El miedo simplemente que impera en las instituciones gubernamentales cuando no se respetan las leyes, y la gente tiene miedo a quedarse sin trabajo y a no poder hacer nada. Porque después de un tiempo trabajando en relación de dependencia, mucha gente pierde la iniciativa, la capacidad creativa, se tiene terror a no servir para nada, a no poder dar nada útil a la sociedad.
Pero encontré el aspecto positivo: me di cuenta que quería hacer un trabajo en el que me sintiese plena, en el que mi creatividad e iniciativa no fuera un escollo sino una ventaja, en el que no tuviera que compartir mi tiempo, el tiempo de vida que es único, con tanta gente temerosa e insolidaria. Entendí que no dejarme avasallar estaba bien porque, como dice el sacerdote jesuita Fernando Muguruza, “los padres no enseñan, contagian; los hijos no aprenden, imitan”, y tengo tres hijas que están creciendo mirándose en sus padres. Y a las cuales les transmito mis valores y principios, y no puedo ser incoherente. Los hijos perciben cuando de nuestra boca salen unas palabras y no obramos en consecuencia. Además, yo no podía seguir entera si dejaba que me maltrataran y me destruía por dentro.
Defendí mi libertad de conciencia, defendí mi trabajo y mi concepto de la función pública. Siempre tuve clara la función del servicio público. Mis padres sirvieron desde sus respectivas profesiones: mi madre como profesora y como inspectora de Educación, mi padre como odontólogo en un Centro Penitenciario. Y siempre recuerdo las palabras del Profesor de Filosofía de la Facultad de Ciencia Política de Rosario, el Dr. Menossi, que nos decía que el Presidente es el primer servidor público ya que sirve a todo el pueblo, en la más amplia acepción de esta palabra. Y ejercí la función para la que me había preparado con la voluntad y el objetivo de servir a los demás. Me sentí muy útil y eso me dio satisfacción. Lamentablemente, en el Estado eso no se valora. Como dice el tango “Cambalache”, de Enrique Santos Discépolo,
“ Es lo mismo el que labura
noche y día como un buey,
que el que vive de los otros,
que el que mata, que el que cura,
o está fuera de la ley...”
En síntesis, ante situaciones de acoso laboral, no hay que permitir ser maltratado, y aunque las autoridades institucionales o las patronales ignoren el reclamo de justicia, hay que tener claro que si uno obra conforme sus convicciones y sabe que ha hecho lo correcto, tiene que quedarse tranquilo con su conciencia. Al final, uno tiene que convivir con uno mismo y, si no actúa conforme a la ética o a la libertad, se siente cosificado. Para sentirse auténticamente Persona es necesario elegir y comprometerse. De lo contrario, la situación se hace muy difícil de sobrellevar…
Merece la pena saber y sentir que se ha obrado conforme a la conciencia. Y, aunque eso implique otras pérdidas, finalmente el alma ha ganado en plenitud y en libertad. Y eso vale la pena.